La novia hermosa – Lección 14 de abril 2025

Este es un tema recurrente en la Biblia: La esposa de Dios es hermosa no por mérito propio, sino porque Dios la ha hecho objeto de su favor.

Ezequiel 16 presenta una imagen asombrosa de la consideración de Dios hacia su pueblo. La nación de Israel es descrita allí como una bebé abandonada en un campo para que muriera. Dios, representado como un caminante, la recoge, la lleva a su casa, la higieniza, la protege y la sustenta durante años y, cuando se ha vuelto una mujer, se casa con ella. Es una poderosa imagen de una unión matrimonial insólita.

Lee Ezequiel 16: 4 -14. ¿Qué nos enseñan los detalles de la exaltación de esta novia acerca de las intenciones de Dios hacia nosotros?

Dios dijo a Israel, su esposa figurada, que bajo su cuidado llegó a ser «hermoseada en extremo» (Eze. 16: 13). Cuando Dios la encontró por primera vez, nadie la consideró hermosa; era una niña desechada y abandonada para que muriera. Pero, a medida que Dios se ocupaba de ella, se hacía cada vez más hermosa, hasta que se convirtió en el tema de conversación del mundo. Esto fue particularmente cierto en el tiempo de los primeros reyes hebreos, bajo David y Salomón. La reina de Sabá incluso hizo un viaje especial para ver por sí misma el esplendor de Israel.

Sin embargo, la belleza de Israel era un don de Dios. Era hermosa y atraía la atención de las naciones precisamente porque era su esposa. Dios dice que su belleza era «perfecta» así como también el esplendor que Dios le había otorgado (Eze. 16: 14).

Este es un tema recurrente en la Biblia: La esposa de Dios es hermosa no por mérito propio, sino porque Dios la ha hecho objeto de su favor. De manera similar, los creyentes somos hermosos a los ojos del Cielo no por algo que hayamos hecho, sino por el favor de Dios, por la salvación de la que él nos ha hecho objeto. Somos hermosos porque estamos cubiertos de su justicia, la «justicia de Dios» mismo (2 Cor. 5: 21).

Todo estaba bien hasta el siguiente versículo de Ezequiel 16: «Pero confiaste en tu hermosura, te prostituiste a causa de tu renombre y derramaste tus fornicaciones a cuantos pasaron, para ser de ellos» (Eze. 16: 15).

Fuimos creados para reflejar la bondad y la gloria de Dios. No obstante, cuando las criaturas de Dios empiezan a creer que su hermosura es propia, esa belleza se desvanece y comienzan los problemas.

¿Cuáles son los peligros de confiar en nuestra propia «hermosura»? ¿Cómo podríamos pensar que hay algo en nosotros que nos convierte en meritorios ante Dios o nos hace merecedores de su amor? ¿Cómo podemos resguardarnos del orgullo espiritual?

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